viernes, 10 de agosto de 2012

San Lorenzo: el grano de trigo


    El grano de trigo ha de descomponerse en tierra para crecer y dar fruto. Es una comparación con la que Jesús anticipa su entrega a la muerte, para resucitar después lleno de vida. Igualmente, el hombre, para fructificar, ha de despojarse de todo lo que no es Dios, para darse incluso a la muerte.
    Jesús nos está enseñando que sólo el amor puede dar vida, cuando entregamos la nuestra al otro para que viva él. Eso es darse, eso es negarse, vaciarse de sí. La clave de todo es el amor, capaz de olvidarse de uno mismo en favor de aquel a quien se ama. Porque amar es darse sin reservas, hasta desaparecer si es preciso, como individuo y como comunidad.
    Jesús lo hace por nosotros; san Lorenzo lo hace por Cristo. La liturgia nos propone su ejemplo glorioso, como una reflexión sobre la firmeza en la fe, que es la suprema razón de toda ejemplaridad. San Lorenzo es el fruto de vivir la palabra de Jesús sobre el trigo que muere para dar vida abundante y gloriosa.
    Veneremos la verdad de las palabras de Jesús y veneremos la memoria del santo que lo demostró.

Reflexión: En la playa

    La playa con su olor salobre a algas y sus hamacas o simples toallas bajo el quitasol, aconseja ese grato acompañamiento de un buen libro con que soñar, poblando la imaginación con la inextricable aventura de una novela, cuya intriga enrevesada nos seduce desde el hábil manejo de los hilos que mueven a los personajes. En las novelas sí existe la fatalidad y es su autor quien determina el destino de cada individuo. Cabe también paladear unos poemas que satisfagan el buen gusto del lector con clase.  No es tiempo de discurrir por los entresijos filosóficos de un ensayo concienzudo. Pero es cierto que hay gente para todo. Son los castillos de arena o de papel de los mayores, que para eso llevan un niño dentro.

Rincón poético

NO BASTA CON DECIR...

No basta decir simplemente:
Yo te amo, Señor.

Quien ama de veras, lo diga
dos mil veces, no
exprime la cifra
que exige el amor,
si olvida entrever en los hombres
el rostro de Dios.
No sabe que en vano lo dice,
que en vano protesta su amor,
cuando es a sí mismo a quien ama,
si no ama de veras a Dios.
Quien ama, pendiente
y abiertas las puertas de su corazón,
a aquel que mal vive, pobre o marginado,
en él adivina la predilección
con que le distinguen
los ojos de Dios .
No basta decirlo como quien recita
palabras que el viento borra sin rubor
o en la arena escritas, que allana la ola.
No basta decir mil veces: Señor.
No basta decirlo. Interesa
no amarte a ti mismo, poniendo tu amor
en mimar tu vida. En el nido ajeno
lo pondrás mejor.
Si ves en los pobres a Dios claramente,
su amable mirada, en respuesta,
os mira a los dos.

(De Los labios del viento)

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